Gota fría y diluvio
La expresión gota fría ha trascendido al gran público como sinónimo de diluvio, y no es así, en modo alguno. La gota fría no ocasiona necesariamente un aguacero copioso e intenso, ni éste tiene siempre por causa aquélla. Para que la gota fría comporte diluvio es preciso el concurso de otros factores: premisa indispensable, requisito imprescindible es la presencia en superficie de aire relativamente cálido y muy húmedo, rico en vapor de agua, es decir, en agua y energía latente, almacenadas en el proceso de evaporación. Es este aire el que permite la formación de gigantescas "nubes puestas en pie", colosales cumulonimbos, y alimenta precipitaciones muy abundantes y de elevada concentración horaria, abriendo "las cataratas del cielo". Además, en estas situaciones, la presencia, en superficie, de un extenso anticiclón tendido de oeste a este, favorece, en su cara meridional, el aflujo hacia la fachada este de España de aire procedente del Mediterráneo, que, en contacto con las tibias aguas de este mar, ha adquirido las características indicadas.
Como percutores del disparo de ese aire sumamente inestable en la vertical actúa habitualmente el relieve, en especial cuando el viento de componente este llega perpendicular, y con velocidad moderada, a las sienas litorales y prelitorales. Puede asimismo colaborar en ese proceso de disparo la existencia de un área localizada de rotación ciclónica de vientos en superficie. El ascenso se ve facilitado por la existencia de la gota fría, que permite a los cumulonimbos, generadores del diluvio, alzarse con desarrollos verticales de 10-11 km. La coincidencia de todos estos factores con la gota fría sí desencadena diluvios, enormes crecidas fluviales y desastrosas inundaciones.
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